Hijo de un inmigrante croata, Policarpo Luksic Ljubetic, quien llegó a principios de 1900 a la ciudad de Antofagasta, y de Elena Abaroa, integrante de una familia de origen chileno-boliviano residente en Calama, él demostró desde muy joven un enorme talento para los negocios. Así como encontró vetas de cobre en el desierto, fue innovando y desarrollando diversas empresas que, gracias al esfuerzo de miles de colaboradores, han contribuido desde los años 50 al desarrollo de Chile y al bienestar de los chilenos.
Impulsado por su madre y siguiendo el ejemplo de su tío Juan Abaroa, los primeros pasos en el mundo de los negocios los dio mientras estudiaba Derecho en la Universidad de Chile, en Santiago, y una vez egresado, en Francia. Nunca se tituló de abogado. Prefirió abrirse camino gracias a su esfuerzo, instinto y talento para emprender. También gracias a su alegría, su capacidad para generar confianzas y hacer buenos amigos, y una cuota importante de buena fortuna: “Siempre he sido el primero en reconocer que la suerte ha tenido un lugar muy importante en mi vida”, afirmaba.
A los 23 años, volvió a su natal Antofagasta a hacerse cargo de la concesionaria automotriz de la Ford. Desde entonces, y hasta que optó por retirarse de los cargos ejecutivos y dejarlos en manos de sus hijos en 2002, fue construyendo uno de los grupos empresariales más diversificados y exitosos del país, presente hoy en el sector minero, financiero e industrial, en más de 120 países de los cinco continentes a través de los holdings Quiñenco S.A., Antofagasta PLC y las inversiones en la industria hotelera de Croacia.
Con el mismo ímpetu y mucha pasión, Andrónico Luksic Abaroa fue formando una familia que supo hacer frente a la adversidad. En 1953 contrajo matrimonio con Ena Craig, quien murió muy joven, en 1959, cuando sus hijos Andrónico y Guillermo tenían apenas cinco y tres años de edad respectivamente. Años más tarde, sobreponiéndose al dolor y la ausencia, conoció y luego se casó con Iris Fontbona, quien, además de volcarse por completo a ser madre de los dos hijos mayores, hizo crecer la familia, con el nacimiento de Paola, Gabriela y Jean-Paul.
Como padre y abuelo, procuró mantener siempre unida a la familia y transformó su casa en el balneario de Hornitos, al norte de Antofagasta, en epicentro de tradición, reunión y compromiso.
Involucró desde jóvenes a sus hijos en la administración de las empresas. Les traspasó paulatinamente la administración de su futuro, confiando en su capacidad: “La incorporación y el talento de mis hijos tienen mucho que ver con los logros del grupo Luksic… Para mi fortuna, han demostrado una habilidad y una capacidad de trabajo admirables, además de mantenerse unidos en toda circunstancia… Mis hijos saben que confío ciegamente en su destreza”, explicaba.
Tiempo antes de fallecer, en 2005 producto de un cáncer, afirmó: “Si tuviera que definir mi vida como empresario, diría que hay que creer que cualquier cosa es posible de hacer”.